Notaba como las carnes se le abrían a cada paso, era imposible detenerse. Notaba como el alma se le endurecía. No había respuesta a sus ruegos, cada día que pasaba tenía que ser más fuerte. Era esta fortaleza la que la mantenía con vida. Era esa voluntad de hierro con la que conseguía volver a ver un nuevo día. Pensó a veces acabar de una vez. No entendía el motivo de tanto sufrimiento, de continuar padeciendo por algo que le ocultaba el resto de sus sentidos, como si no tuviese derecho al placer.
Pensó que tan grave no pudo haber sido. Cada día superado había pedido perdón. Cada nuevo instante de su vida le recordaba su arrepentimiento y entonces lloraba por no poder devorarlo para desaparecer para siempre y dejar de romperse el alma con aquella crueldad. No podía volver atrás. Regresar y corregir, enmendar el error.
Tuvo una idea que la iluminó por unos instantes. ¿Qué haría si en sus manos se hallase el poder del tiempo? Su corazón dio un vuelco. Se mantuvo atenta a aquella reacción de su interior. Se detuvo a recapacitar sobre ese punto. ¿Qué haría entonces…? En ese caso, ¿realmente podría reparar el daño cometido…?
Sus ojos se iluminaron. Era posible. Podría ser... Si, podría hacerlo…
Se impacientó. Hurgó en su mente con empeño. Cogió aire. Tenía que ser valiente. Respiró de nuevo con profundidad, hasta que sus pulmones hablaron para recordarle que debía expirar. Algo cruzó su mente de improviso. Algo inesperado que la obligó a reaccionar. Quizás fuera absurdo continuar pensando semejante estupidez. El poder del tiempo no estaba en sus manos, ni en las manos de nadie. Debía ser por ese motivo por el que ese poder no existía. Seguro, era racional creerlo así. Nadie podía manejar el tiempo a su antojo, sería catastrófico. Suspiró desesperada. Era una lástima, por culpa de ello nunca podría rectificar.
Quizás estaba de nuevo equivocada. Y si no pensaba de forma racional y si pensaba con el alma, con el poder espiritual que mueve la conciencia. Quizás ella si tuviera la solución, ese poder para lanzarse en un torbellino segundos, minutos, horas, borrando los días transcurridos en el calendario. Se sentó a meditar, profundamente. Le perturbó el vocería de las mujeres que acudían al mercado y las bocinas de los coches que circulaban por aquella calle, punto de cruces en el centro de su gran ciudad. La maravilló pensar que si se apresuraba podría coger el tren del interior que salía en menos de veinte minutos y adentrarse en las preciosas montañas que se hallaban a escasas horas de la ciudad. Dejaría que el destino la condujese por las estaciones. No tenía una idea clara de donde se bajaría, pero eso daba igual. Corrió a preparar las cuatro cosas básicas para el viaje. Se calzó con unas buenas botas de montaña y salió corriendo hacia la estación más próxima a su domicilio. Tuvo que coger el billete con el trayecto más largo para asegurarse de que podía llegar hasta la última estación, si era allí donde sentía que debía detener su camino. El andén número siete, estaba justo al otro extremo del lugar en el que se encontraba. Corrió rápida, sorteando maletas, mochilas y otros enseres que los numerosos viajeros portaban de un lado para otro, muchos de ellos perdidos.
Subió a la plataforma justo en el mismo instante en que las puertas comenzaban a cerrarse. Respiró profundamente mientras su corazón acelerado se debatía en recuperar el ritmo. Miró a derecha y a izquierda. Optó por el pasillo de la izquierda, sumó cuatro hileras y tomó asiento junto a la ventanilla, frente a un alto y corpulento caballero con aspecto de matón. Encogió sus piernas para no molestar al individuo.
El paisaje de la ciudad comenzaba a perderse a cada kilómetro recorrido, convirtiéndose en amplias extensiones por edificar, por las que se cruzaban carreteras y autopistas por ambos lados y en todas direcciones. El tren fue realizando sus paradas habituales. Su mente, entretanto canturreó repetidas veces el mismo estribillo, ese que le quedó grabado y no dejaba de recuperar de forma recurrente para intentar distraer sus pensamientos de aquella obsesión.
Un olor extraño, bueno extraño no es lo correcto, era un olor mezclado entre la humedad de la tierra y lo agreste del asfalto, era un olor que no era capaz de identificar. Abrió los ojos, el tren estaba efectuando en ese momento una parada. Algo en su interior la indujo a saltar al andén antes que las puertas se cerraran. Se encontró en pie sola en una estación desconocida, buscó el nombre para saber donde estaba, pero aquel profundo olor la distrajo, llevándosela hacia un camino situado a la izquierda de la estación. Casi sin darse cuenta se había adentrado en un profundo bosque. Era quizás la serenidad que transmitía el lugar lo que le permitió seguir tras el rastro de aquel extraño aroma tan prometedor. El silencio era absoluto, tan sumamente ensordecedor que permitía escuchar el propio latido. Respiró profundamente para seguir penetrando en ese olor cautivador. Respiró y respiró, cada vez era más intenso, tanto que parecía volverse sólido. Debía estar muy cerca el origen.